Fuimos poseídos tú y yo, condenados a muerte.
Fuimos mordidos por la boca agria de la costumbre y la mala
gana, desintegrados hasta los huesos por sus ácidos pestilentes.
Fuimos atacados una y mil veces por los entes desolados de
un presente amargo y angustioso, con excesos de responsabilidades mal paridas y
palabras estropeadas por el sin sentido y el mareo de nuestro estado febril y
envenenado.
Fuimos heridos a muerte por la daga opaca de la realidad
oscura, azotados contra el concreto después de despertar del sueño lúcido que
nos mantuvo en vela por un tiempo.
Fuimos felices, ya no lo somos.
Se nos retuerce el estómago y nos convertimos en enemigos,
lucha a sangre fría por ser quien no caiga primero, lucha a sangre fría por
caer a los pies del otro; sin ojos, sólo el cuerpo magullado, sólo los
hematomas de la batalla.
Tú y yo despiadados, en un viaje veloz hacia la
autodestrucción, hacía el fin de los tiempos, el apocalipsis de nuestro cosmos,
que fue una vez radiante y que arde en padecimientos actuales.
Se nos aprieta la garganta y la mandíbula, caigo
descontrolada vuelta lágrimas como si quisiera escaparme de este cuadro, como
si no quisiera ya vivir entre agravios y pánico.
Ubi sunt de nuestras dulces muertes.
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